miércoles, 8 de febrero de 2017

Una Visión Anabaptista de la Santificación / Sandra Plett

Santificación
Definiendo la Santificación
Con el fin de entender una teología de la santificación, necesitamos comenzar con una definición. Para el propósito de este estudio es importante recordar que la raíz del significado de las palabras santifique, santificación, santo y santidad son las mismas tanto en Griego como en Hebreo. Un análisis del Hebreo (qodesh) y el Griego (hagiazo) nos lleva a la conclusión de que la santificación es el proceso de ser hecho santo, consagrado y apartado. De acuerdo con 1 Tesalonicenses 4:3 sabemos que “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación”. (2 Timoteo 2:21; 1 Tesalonicenses 5:23; 2 Cor 5:17; Gal 2:20; Romanos 6: 6; 1 Cor. 1: 2)

Santificación y Justificación
Para poder entender la santificación es importante que también entendamos la justificación (1 Cor 1:30; 1 Cor 6:11; 1 Juan 1:9). En el Griego (dikaíōsis) esto se refiere al acto de pronunciar rectitud.  Esto se refiere al pago completo de Cristo de la deuda por el pecado, lo que libera al creyente de la condenación divina. Así que, básicamente, la justificación es un acto de la gracia de Dios. Un pecador culpable pone su fe en Cristo y es perdonado por su pecado. La justificación es llamada a veces “santificación posicional”. Una persona es perdonada y santificada en el momento en que recibe la salvación (Rom 6:6; 1 Cor 6:11; 2 Cor 5:17; 2 Tes 2:13; Hebreos 10:10).
Pero la santificación misma es un proceso, una obra de la gracia de Dios en la vida de un creyente. Mientras que la justificación ocurre en el momento que la persona es salvada, la santificación es el proceso de ser hecho santo, de morir en el pecado y vivir de acuerdo a la voluntad de Dios. En nuestro recorrido espiritual comenzamos como niños bebiendo solo leche, y progresamos hasta convertirnos en adultos que comen alimentos sólidos. (1 Cor 3:2; 1 Pedro 2:2) Crecemos en madurez al pasar tiempo personal con el Señor, estudiando Su Palabra, y viviéndola. 2 Corintios 7:1 dice “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”
Tanto la justificación como la santificación son necesarias para trabajar en nuestra salvación. “Hay dos principales efectos producidos por el pecado, los cuales no pueden ser separados: la sucia contaminación que causa, la terrible culpa que conlleva. Así pues, la salvación del pecado requiere tanto una limpieza como una purificación del que será salvado. (N. del T.) De nuevo; hay dos cosas absolutamente indispensables para que cualquier criatura pueda vivir con Dios en el cielo: un título válido a ese legado, y una aptitud personal para disfrutar tal bienaventuranza – uno es dado en la justificación, el otro comienza en la santificación.” 
(N. del T.) En el texto original se utiliza “a cleansing and a clearing”, que se traduciría literalmente como “una limpieza y una claridad”. Se optó por alterar el significado de “clearing” con el fin de que la traducción refleje la intención original del texto de referirse a un estado de limpieza espiritual. 


Requisitos para Vivir una Vida Santificada
En este proceso de ser hecho santo se requieren muchas cosas de nosotros, ambos en un sentido negativo y un sentido positivo. Algunos ejemplos incluyen vivir una vida consistente de auto-negación y auto-crucifixión (1 Cor. 9:25-27; Gálatas 6:14), un diario morir de uno mismo (1 Corintios 15:31), despojamiento del viejo hombre (Efesios 4:22), deshacerse de hábitos y prácticas pecaminosas (Colosenses 3:5-9), vivir una vida de separación del mundo (2 Corintios 6:14-7:1), humildad, confesión y purificación (Juan 1:9). También se requiere de una vida en que se establezca un nuevo ser que sea renovado constantemente (Colosenses 3:10-15), obediencia a la Palabra de Dios (Romanos 6:16-18), vivir una vida como la de Cristo (Gálatas 2:20), crecer en la gracia y conocimiento del Señor (2 Pedro 3:18), dando frutos (Juan 15:1), manifestando el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23), y reflejando las características de un verdadero carácter Cristiano (2 Pedro 1:5-8). A través de este proceso de santificación somos transformados a Su imagen para Su gloria (2 Corintios 3:18). La santificación requiere acción de nuestra parte.

Una Visión Anabaptista de la Santificación
Históricamente, la Iglesia Católica ha enseñado una salvación “a base de obras”. Lutero se separó de esta enseñanza durante la Reforma, y enseñó “justificación por la sola gracia de Dios”. Lutero estaba preocupado por el elemento humano que resulta en el orgullo y la minimización del trabajo de Dios en las vidas de los individuos, y por lo tanto puso gran énfasis en la gracia. Los Anabaptistas, sin embargo, sienten que como seguidores de Cristo debemos ser más responsables de nuestras acciones. Ellos enfatizaban una vida de disciplina, lo que lleva a buenas obras en la vida de los creyentes, y por lo tanto viviendo activamente en santificación. Las buenas obras debían ser el resultado de una vida de obediencia. Hans Denck dijo “Esta obediencia debe ser genuina, esto es, que el corazón, la boca, y los hechos coincidan juntos. Porque no puede haber un verdadero corazón donde ni la boca ni los hechos sean visibles.” (http://learntheology.com/the-beliefs-of-anabaptists.html) Tanto la santificación como la justificación son evidenciadas por el testimonio verbal y activo.
A causa del énfasis de los Anabaptistas por vivir una vida semejante a la de Cristo, han sido acusados continuamente de legalismo. Los Anabaptistas creen que la fe es visible y genuina sólo si está expresada en acciones. Donde algunos han visto esto como prueba de un nuevo sistema de salvación “a base de obras”, Menno Simons dijo esto: “Debido a que enseñamos de la boca del Señor que si queremos entrar en la vida, hay que conservar los mandamientos; que el amor de Dios es que conservemos sus mandamientos, los predicadores nos llaman derribadores del cielo y hombres de mérito, diciendo que queremos ser salvados por nuestros propios méritos aun cuando siempre hemos confesado que no podemos ser salvados de ninguna otra manera más que por los méritos, intercesión, muerte y sangre de Cristo.” (http://learntheology.com/the-beliefs-of-anabaptists.html) Por lo tanto, los Anabaptistas enfatizan la importancia de la obediencia y vivir una vida de disciplina con el fin de reflejar el fruto del trabajo santificador que solo Cristo puede hacer en nuestras vidas.
El enfoque de los Anabaptistas en el discipulado es otra área en donde vemos la santificación vivida. No sólo vamos a ser salvados por Cristo, sino que también debemos seguirlo diariamente en obediencia y vida santa. Esto habla de nuevo del proceso de ser santificado; de fe expresada a través del vivir santamente.

¿Cómo somos santificados?
Es el Espíritu Santo en nosotros que hace el trabajo de la santificación. No es por nuestra propia fuerza que nos hacemos santos, sino más bien por las indicaciones del trabajo del Espíritu Santo en nuestras vidas. En Gálatas 5:17 Pablo dice, “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.” En nuestra humanidad nos vemos tentados a una vida profana, y es sólo al invitar al Espíritu Santo a hacer su obra purificadora en nuestras vidas, y cooperando activamente con Él, que somos santificados. (1 Cor. 6:11; Heb. 10:10)
La Palabra de Dios es la Biblia completa, hecha tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. A través de Su Palabra, Dios hace un trabajo purificador en nuestras vidas, nos confronta, nos desafía, nos enseña y nos anima. 2 Timoteo 3:16 dice “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia.” La Palabra de Dios está conectada directamente con Su obra de santificación en nuestras vidas. A través de la Palabra de Dios recibimos indicaciones para vivir una vida santa. (1 Pedro 1:23; Santiago 1:18; Hebreos 4:12; Salmo 119:11; 1 Pedro 1:22; 2 Corintios 3:18; Santiago 1:25; Juan 17:17; Salmo 119:105; 2 Pedro 1:19; Ef. 5:26)
En la Escritura también vemos varios ejemplos de la oración en la elaboración de la santificación. La oración es una fuerza espiritual trabajando. En Juan 17 vemos a Jesús orando para ser glorificado para que así Sus discípulos y todos los creyentes puedan conocer la gloria de Dios. En los versos 17-19 Él ora, “Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.” Pablo también ora por la santificación de todos los creyentes en Ef. 1:15; 3:14-21; Filipenses 1:9-11; Colosenses 1:9-14.
La comunión de los santos (Koinonia) es otro elemento clave en la santificación. En la relación de unos con los otros, a través del discipulado, y al ejercer nuestros dones espirituales, la comunidad de creyentes toma un rol activo en la santificación y transformación del creyente individual. Hebreos 10:24-25 dice “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.” (Ef. 4:11-16; Col. 3:16; 1 Tes. 5:14-15; 2 Tes. 3:6-12)
El Padre también usa pruebas y disciplina en nuestras vidas con el fin de perfeccionarnos y corregirnos, purificándonos del pecado y la maldad, y por lo tanto guiándonos a una mayor santificación. Malaquías 3:2 dice “¿Pero quién podrá soportar el tiempo de su venida? O ¿quién podrá estar de pie cuando Él se manifieste? Porque Él es como fuego purificador y como jabón de lavadores.” (Romanos 8:28; Hebreos 12:5-11; Proverbios 3:6, 27:21; 1 Pedro 1:5-9, 3:14-16, 4:1, 12, 13-19; Santiago 1:2)

Conclusión
Es a través de la fe en Cristo y la confesión de nuestros pecados que somos justificados y hechos justos. Pero Dios nos llama a tomar decisiones diarias para vivir santamente a través de la exhortación  del Espíritu Santo, a través de Su Palabra, y a través de la Iglesia. La santificación es el proceso de ser hecho santo. En 1 Juan 2:3-6 dice, “En esto sabremos que nosotros lo conocemos, si guardamos sus mandamientos. Él dice: <Yo lo conozco>, pero nos guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él. Pero el que guarda su palabra, en ése verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos con él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.” Como creyentes santificados tenemos la garantía de que pertenecemos a Cristo y lo veremos algún día cara a cara. Es entonces cuando la santificación estará completa. (Hebreos 12:14)

Referencias
THE HOLY BIBLE, NEW INTERNATIONAL VERSION, NIV 2011 by Biblica, Inc.

martes, 7 de febrero de 2017

¿Qué es el reino de Dios? / Yadira Ocampo / Eleazar Diaz Ortiz


¿Qué es el reino de Dios? 

Jesús fue el primero en dar una respuesta a esto en Lc 4.18-21, donde al hablar de un pasaje de Isaías que anunciaba el advenimiento del reino de Dios, termina con la afirmación, “hoy se ha cumplido esta escritura delante de vosotros” (vs 21). Dicho pasaje habla de la esperanza para el sufriente, habla de buenas nuevas, del año agradable del Señor. Esperanza que se cumple en Él. 
Antes de eso ya había dicho que “el reino de los cielos se ha acercado” (Mt 4.17), y éste  tema del reino de Dios es central en su predicación, enseñanza y misión. Podemos verlo en sus enseñanzas (Mt 5-7), en sus parábolas (Mt 13, 22, Marcos 4.26-29) y en su oración (Mt 6.10).
El reino de Dios es la esperanza en este mundo donde hay tanto temor. Este mundo donde a pesar de que hay tantas cosas maravillosas, también hay mucho miedo y temor, hay caos, hay terrorismo, enfermedades, injusticias, dolor, hambre, soledad, etcétera. Donde parece que más que nunca la gente se pregunta si hay un destino escrito para la humanidad, o si en realidad hay algo más después de la vida. En cada época las personas han deseado por algo más, por tener una esperanza de que el dolor y los sufrimientos que hay en esta tierra algún día terminaran. Jesús dio respuesta a esto al proclamar que el reino de Dios se había acercado, y al proclamar que lo que dice Isaías 61.1-2, se había cumplido en su persona;

“El Espíritu del Señor está sobre mí,
    por cuanto me ha ungido
    para anunciar buenas nuevas a los pobres.
Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos
    y dar vista a los ciegos,
a poner en libertad a los oprimidos,
     a pregonar el año del favor del Señor.”
Esta es la esperanza que cada cristiano tiene arraigada en sí, que el reino de Dios es esta realidad. 

Después de la caída del hombre, en el mundo reinaban las tinieblas, y dicho reino debía ser destruido, así como las personas que pertenecían a él necesitaban ser liberadas. Y esta necesidad se evidencia en muchos pasajes como Mt 12.39; 10.6; 15.24; Lc 13.1-5; 19.10; 12.16-21. En donde se hablan de una generación mala y adúltera, que estaba perdida, que perecerá sino se arrepiente, la cual hace tesoros para sí, pero no es rica  para con Dios. Había necesidad de que viniera el reino de Dios, porque el hombre estaba perdido y necesitaba ser rescatado. 
Los profetas en el AT hablaron y anunciaron este reino, Juan el Bautista predicó del Reino. Jesús enseñó del Reino. Los discípulos predicaron el Reino. Así los profetas anunciaron que un día los hombres vivirán juntos y en paz. Entonces Dios "juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arados, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra" (Isaías 2.4).

Hay muchas diferentes interpretaciones acerca de la naturaleza del reino de Dios, esto puede ser debido a que la Biblia no es tajante en cuanto a cómo o qué es exactamente el reino de Dios, si es presente o venidero (Mt 25.34, 8.11-12, 2 P 1.11, Lc 17.20-21; Mt 12.28-29), si es espiritual o material (Rom 14.17, Ap 11.15), o si está  en los discípulos, o la Iglesia (Col 1.13). 

Según Ladd, la mayoría de los estudiosos están de acuerdo en que “el reino es en sentido real tanto presente como futuro” (2002, pág. 90). Y dice también que “El reino es el gobierno real de Dios que tiene dos instancias: el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento en la misión histórica de Jesús y la consumación al final de siglo, con lo que se inicia el siglo venidero” (2002, pág. 91).

Por lo tanto, es pues el reino una realidad presente que viven los que lo reciben y entran (Mc 10.15; Mt 13.23), los que han nacido de nuevo y pasado de las tinieblas al reino de Jesús (Col 1.13), así como una realidad futura que será cumplida por medio de la parusía, la segunda venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo (Ap 11.15). Tratar entonces de explicar la totalidad del concepto del reino de Dios no es posible, pero el enfoque principal está en la palabra “reino”, y en las verdades dichas por Jesús. El reino de Dios habla de la total soberanía de Dios, de su poder (Sal 145.13, 103.19). Y por lo tanto es una parte importantísima de nuestro Evangelio, ya que en palabras de Ladd “El evangelio no solamente ha de ofrecer una salvación en la vida futura para los que creen; también debe transformar todas las relaciones de la vida aquí y ahora y así hacer que prevalezca el reino de Dios en todo el mundo” (Ladd G. , 1985, pág. 15). 

Es entonces el reino, donde se puede ver la soberanía de Dios que es manifestada a través de la historia de redención, es el reino del siglo venidero conocido como cielo o paraíso, donde hemos de comprenderlo en su perfección. Pero el reino de Dios también es ahora, y podemos experimentar las bendiciones de permanecer en el reino de Dios o sea en su voluntad y gobierno, es por eso que tenemos la oración, “venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad como en el cielo, también en la tierra”.

La ética del reino 
Si se entiende que el reino de Dios está relacionado con su soberanía y gobierno, y que quienes forman parte del reino son aquellos que se someten voluntariamente a él,  entonces se puede decir que las normas de ética son para los que forman parte del reino. Estas normas se basan en la persona de Jesucristo, en su vida y sus enseñanzas, las cuales se ven plasmadas a lo largo de toda la Biblia. Pero quizá, sintetizada en lo que se conoce como el Sermón del Monte de Mateo 5-7. En donde se muestran los atributos o cualidades de quien pertenece al reino, de quien se mantiene firme a pesar de todas las dificultades que vengan a causa de vivir en justicia y de seguir a Cristo. Estas personas, aunque no son perfectas ni una clase especial de cristianos, son bienaventurados, es decir, “que tienen la aprobación de Dios y encuentran su propia realización como ser humano” haciendo la voluntad de Dios (John Stott, 1998, pág. 57)

Sin duda el primer paso para vivir en el reino es el arrepentimiento. Esto fue la predicación de Juan el Bautista y de Jesús (Mt 3.2; 4.17). El cual debe ser seguido por creer en el Evangelio, y como consecuencia vivir de manera que pueda reflejar dicha fe (Mr. 1.15). En donde no solo se cubre una acción externa, sino que se además de eso, abarca las intenciones de la mente y del corazón. Que sólo se pueden alcanzar con la ayuda y dirección del Espíritu Santo. 

El mundo tiene su ritmo, corriente y estilo, todos viven de acuerdo a sus normas. El humano tiene una tendencia a caer en lo malo. Dios nos pide una vida que va de contramano con lo que el mundo ofrece, pero también Dios sabe de nuestra humanidad, no la niega ni pretende que sólo con la carne alcancemos estos estándares. Por eso nos da el Espíritu Santo, quien con su poder (el mismo poder con el que levantó a Jesús de los muertos… Ro. 8:11) nos ayuda a vencer.


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Bibliografía
John, Stott. (1998). El Sermón del Monte: contracultura cristiana. Buenos Aires: Certeza Unida.
Ladd, G. (1985). El Evangelio del reino: estudios bíblicos acerca del evangelio del reino. (G. Lockward, Ed.) Miami: Vida.
Ladd, G. E. (2002). Teología del Nuevo Testamento. Barcelona, España: CLIE.